Manuel Azaña, para além de um brilhante político espanhol e um estadista desafortunado, foi um notável prosista e um elegante tradutor do francês à língua de Castela. As suas obras, porém, arrastaram por décadas a condena à sua figura pública por parte da Ditadura e o ódio da cultura franquista a uma personagem, modelo de prosa, idioma e ideia de cultura que consideravam maneiristas, afrancesadas e anti-espanholas.
Entre as suas obras literárias eu destacaria El jardín de los frailes, primeiro publicado por entregas, entre setembro de 1921 e junho de 1922, nas páginas da revista La Pluma, depois publicado como livro em finais de 1926.
Trata-se de um romance “de formação juvenil”, muito louvado e polêmico na sua aparição, que narra o périplo que o narrador vai fazendo na procura de si próprio e da sua identidade em contraste com a sua formação e ambiente.
O romance vai reunindo as vivências de um adolescente num colégio religioso dos Padres Agostinhos, em El Escorial, onde o autor, na vida real, estudou até 1898. Quase carente de ação exterior, os capítulos sucedem-se num ambiente fechado, opressivo, de celas, aulas e passeios, um mundo masculino, sórdido, hostil, picaresco e religioso, mais que educativo, desbravador.
Através deles o narrador vai levantando uma espécie de caderno, de diário de reflexões e acusações. A educação num colégio religioso, e os debates internos e crises, pessoais, religiosas, sexuais, sociais, identitárias que lhe produzem os diversos episódios e anedotas nas aulas absurdas, memóristicas, dogmáticas, antireflexivas e anti-modernas; das sensações da vida provinciana; da brutalidade estudantil e do confronto com umas formas atafegantes do catolicismo espanhol, ancorado na Contra-reforma.

Com os claros ecos autobiográficos, a sua aparente tese de anti-religiosidade e denuncia da educação religiosa, este livrinho foi considerado desde a sua aparição uma crítica à educação e à religião, para além de uma confissão pessoal declarativa.
Mas é mais: pretende ser como um programa regeneracionista. Uma aventura espiritual, uma “rebelión personal en la buena compaña de las letras“; a da sua geração, que “zozobrado el navio frailuno” e vista a ruína do deslumbrante “catafalco imperial” desperta a uma consciência que reflete sobre a Espanha e o ser espanhol.
O Capítulo XII, cronologicamente ambientado no momento de exaltação bélica anterior à debacle militar em Cuba de 1898, traceja em alegoria taurina a violenta revelação:
Debo a El Escorial -a sus escuelas- el apresto necesario para entender esa máxima impregnada de españolismo y recibirla en espíritu y verdad; y a la percepción cabal de su sentido -decadencia del estado glorioso preexistente-, una timidez egoísta, un recelo que me impedían avanzar por la ruta abierta a mis sentimientos españolísimos. Me atollaba sin saberlo en un desbarajuste raro; la pasión nacional encandilada por muchos cebos, quería encabritarse y alzaba la cerviz soberbia: puro goce de dar suelta al orgullo y henchir con su viento el énfasis, la hipérbole y otras capacidades donde asiste el desenfreno. El ánimo se lanzaba en tal orgía por engreírse a sus anchas una vez siquiera: érale permitida toda licencia, en razón del objeto sublime. Pero buscaba saciedad apacible, que no martirios nuevos. Al desmandarse, la pasión nacional embestía con el cimiento histórico de nuestra noción de España y replegaba maltrecha las alas.
Tarde comencé a ser español. De mozo me criaba en un españolismo edénico, sin acepción de bienes y veía en el mapa las lindes de una España, pero éste era nombre sin faz; moralmente, no advertía sus límites ni sospechaba que los hubiese. Las anécdotas colegidas bajo el rótulo de Historia general no vivían más que un libro de estampas. Acaso me deslumbró el gran fuego de nuestro hogar alcalaíno. Restos de la tradición literaria complutense aleteaban en mí pueblo al declinar el siglo diecinueve. […]
Adiviné al rango de español por dos caminos; ensanchando hasta el confín de la Península el área plantada de laureles y robando a mi propensión admirativa su inoperante candor. Temblé con emociones menos suaves; descubrí un antagonismo; milité contra las fuerzas agresivas, dotadas de significancia moral opuesta a la que ministraban los frailes. Mis sentimientos españolistas ganaron en violencia lo que perdían de libertad, y retrayéndose a su origen, oprimidos, zumbaron amenazas sordas, como nube de pedrisco a punto de desgajarse. No me bastó, llanamente, engrosar el caudal de las cosas que sabía ni seguir la inclinación del instinto, para verme de pronto roído por el despecho, abrasado de malquerencias, o presa de abatimiento rencoroso, como quien viene lisiado al mundo, o enfermo incurable, o desposeído sin justicia de alguna cualidad común al mayor número de gente: en el pasto de que iba nutriéndose mi opinión de español, debieron de echar cierta levadura que se agrió. Padecíamos en cuanto españoles la suerte de Abel. Nuestra virtud, la superior comprensión del plan eterno, suscitaron la liga de los bárbaros con el espíritu del mal. Es el español semidiós derrocado; su generosidad pertenece a otro siglo. De tal manera, descubrir nuestra posición en el mundo -el crimen contra España, escándalo de la Historia- y quedar emponzoñados, viendo frustrarse en la raíz las esperanzas naturales, era todo uno. A quién aborrecíamos más: si al extranjero envidioso o a los españoles apóstatas -los bárbaros del padre Miguélez-, no lo recuerdo. (Cito pela ed. Bilbao, Ediciones Albia, 1977, Cap. XII, p. 83-87)
Tornadas hostis a religião e a paisagem, resulta interessante esta ideia de Espanha e do espanholismo que se vai libertando, como um elemento mais formativo e que termina num “Colóquio postrimero en el jardin” (C. XIX), com o Padre Mariano, no ocaso, uns anos depois e já como “homem” da INLE, renegando do papel de filho pródigo.
E mais fascina talvez também porque na prática é uma narrativa na que a língua adquire um papel preponderante, através de uma exibição de léxico e de cuidado ritmo, de rara precisão medida, na sintaxe e no discurso dos parágrafos e capítulos.
O mais interessante, para mim, porém, desta complexa narrativa é talvez o eco que parece ter despertado na Galiza.
No capítulo IX encontramos este trecho:
La recluta del coro hacíase por leva de chillones. Metidos en el aula del piano, tratábase de concertar lo mejor posible el desacordado vocerío de tanta laringe virginal. El pianista era un estudiante pontevedrés, zumbón, sentimental, cacique de una pandilla de colegiales, a quien acertó a inocular la morriña galaica. Muchas tardes del curso, acabadas las clases, daba pábulo a su mansa tristeza arrancando al piano hora tras hora muñeiras y alboradas. Tres o cuatro de sus compinches le asistíamos en el rito. La música lánguida y el acento quejumbroso de las canciones, que eran como unos lamentos y unos ayes, nos metían el corazón en un puño. Mirábamos por las rejas a la Lonja, árida, sola; venía del monasterio el clamor de las campanas, sufragio por algún rey podrido en los sótanos; nos enternecían añoranzas vagas. ¿Añoranzas de qué? De otros días sin saciedad, de otras prisiones, de otros deseos marchitos sin arribar a colmo. […]
No sé qué día entró en el aula del piano el padre Florencio. El galleguito dejó de tocar y cantar. Todos se pusieron en pie. Yo leía el Madrid Cómico, junto a la ventana. El padre Florencio me pidió el periódico y hojeándolo paró la atención en un artículo; apenas leyó las primeras líneas, una sonrisa acerba le descubrió los dientes amarillos y grandes como los de una mula y con saña rasgó el papel en cachitos, diciendo al despedazarlo: « ¡El señor Sinesio…! ¡El señor Sinesio…!». -Para un mozo que se creía superior al padre Florencio, e incluso (ya he mentado nuestra soberbia) al «señor Sinesio», la humillación fue terrible. (p. 60-61)
Parece ser, para Azaña, parte da natureza da identidade espanhola esta necessidade de colocar os galegos como tópicos encenados. O “Galleguito” “zumbón, sentimental, cacique” e músico saudoso, é um troppo, contém tudo aquilo, essa minusvaloração e incapacidade para ver a Galiza, que tão bem lhe detetava Castelao anos depois:
A paixón política creara tal confusionismo na mente dos hespañoes que Azaña chegou a ser o símbolo da antipatria, cando en verdade é un ardido patriota, máis hespañolista que Gil Robles, porque os elementos de dereita sóio conciben unha patria artificial, posta ao servizo dos seus intreses, antramentras que Azaña non ve máis realidade que as seis letras da verba España. (Cito pela ed. Madrid, AKAL, 1980, p.154)
Azaña e a sua perspetiva castelhanocêntrica e centralista de Espanha aparece uma e outra vez na grande obra ensaístico-memorialista de Castelao e ocupa boa parte das reflexões do capítulo IV, do livro segundo de Sempre em Galiza, servindo-lhe para defender a ideia federal como resposta a multi-realidade nacional espanhola e como refutação da ideia Azanhista de “desbarajuste” crônico, dessa Espanha que apenas contempla como realidade o século XIX como trágico desastre ingovernável.
E não apenas, a pouco que reparemos poderíamos pensar que Arredor de si, de Otero Pedrayo (Crunha, Nós, 1930) é em boa medida uma resposta galega a este romance. Otero, 8 anos mais novo que Azaña, foi como sabemos, parte, da Geração Nós, que é por sua vez uma réplica galega à geração espanhola de 1914 (a de Ortega e o próprio Azaña). No seu romance formativo, que repetirá em parte depois com a geração seguinte, em Devalar (Santiago, Nós, 1935), coincide na construção narrativa, na abordagem da personagem central em crise pessoal, psicológica e patriótica, na evocação descritiva de espaços e paisagens, e no cuidado da língua; mas difere na prolongação da evolução e na solução final. O filho pródigo volta a Galiza. Também contrasta a integração da luminosa ideia galega do catolicismo e a tradição que alboreja em Otero, confrontada a esta lúgubre e trentina rotura castelhana no ocaso do jardim.
E quem seria aquele ponte-vedrês, pianista, condiscípulo e aluno no Escorial?