LITERATURA Y COMPROMISO – 5 – por Moisés Cayetano Rosado

5. LA INCISIVA VOZ IRÓNICA DE SARAMAGO Y OTRAS VOCES INCISIVAS.

Uno de los autores contemporáneos más universales que se han interesado por la dureza de la vida en estas tierras campesinas de la Raya, ha sido José Saramago. El premio Nobel de 1998 se ha distinguido y distingue en su vida y obra por el rigor, la pulcritud de sus actitudes, la fuerza de su compromiso y la capacidad para transmitir en sus novelas un mensaje siempre profundo, lleno de maestría literaria y magisterio ético. En su novela “Levantado del suelo” nos presenta todo un tratado socio-histórico de la vida en Alentejo desde mediados del siglo XIX a finales del siglo XX, que puede considerarse un hito en la simbiosis ética-estética, en el compromiso con el arte y la vida, con un enorme alarde de ironía y agudeza a la hora de enjuiciar a los eternos poderes de la sociedad: la milicia, el clero y los potentados, unidos contra el pueblo que los sufre, los sirve y los sustenta.

Dios quiso que las cosas fueran así, quien lo puede explicar mejor es el padre Agamedes, con palabras sencillas que no añadan más confusión a la confusión que ya tienen en la cabeza, y si no basta el cura, se ordena a la guardia nacional que se dé una vuelta a caballo por las aldeas, sólo exhibirse, es una advertencia que ellos entienden sin dificultad. Pero, dígame, madre, también pega la guardia a los amos del latifundio. Para mí que este chico no anda bien de la mollera, dónde se ha visto cosa igual, la guardia, hijo mío, fue creada y sustentada para arrearle al pueblo.

En esa misma inolvidable novela, publicada por primera vez en portugués en 1980 y en español en 2000, aborda con brillantez el tema de la “Revolução dos Cravos”, las esperanzas que supuso para Portugal en general y, en especial, para el Alentejo, anhelante de la Reforma Agraria que erradicase la endémica miseria campesina. Y plantea los dilemas “democracia-igualdad”, “oportunidades participativas-oportunidades laborales” con fragmentos magistrales, como éste:

Pero, pasado muy poco tiempo después de abril y mayo, vuelven al latifundio los rigores conocidos, no los de la guardia y la policía, que ésta se acabó y aquella vive dentro del puesto, mirando a la calle por la ventana cerrada, o, cuando tiene que salir, y esto sólo por máxima obligación, va pegada a las casas, ni te vi ni te conozco. Rigores son los otros acostumbrados, dan ganas de volver atrás en este relato y repetir lo dicho, Estaba el trigo en la tierra y no lo segaron, no lo dejan segar, cosechas abandonadas, y cuando los hombres van a pedir trabajo, No hay trabajo, qué es esto, qué liberación fue ésta, se va a acabar la guerra de África y no se acaba ésta del latifundio. Tanto se habló de mudanzas y esperanzas, salió la tropa de los cuarteles, se coronaron los cañones de rama de eucalipto y claveles encarnados, diga rojos, señora mía, diga rojos, que ahora ya se puede, andan ahí la radio la televisión predicando democracias y otras igualdades y yo quiero trabajar y no tengo dónde, quién me explica qué revolución es ésta.

Algo que recuerda mucho el mensaje que nos transmite el extremeño Pedro de Lorenzo en su obra “Gran Café”, cuando escribe:

Pues ese otro año de 1933, que es al que me refiero, otra vez se fueron a las fincas. Y otra vez la Guardia Civil levantó atestado. Todo parecía igual. Pero a la mañana siguiente, la Guardia Civil mandó desalojar las tierras ocupadas. Había terrenos que no se cultivaban desde mediados del siglo XIX. Fincas de pastos y encina. La más parcelada ese año fue Las Golondrinas, lindera a La Quintana. Las Golondrinas es una dehesa enorme. Se les aconsejó, al echarlos, que aguardasen la reforma agraria. Y lo que ellos decían:

– Para entonces ya se ha pasado el tempero.
Materiales, ambas novelas, extraordinarios para estudiar nuestras respectivas reformas agrarias, la ilusión despertada en sus inicios, el dolor de su fracaso, las fatigas de la gente del campo, de nuestros campesinos, jornaleros, peones, gañanes, temporeros… En este sentido, son muchos nuestros paisanos escritores que nos han dado páginas memorables. Baste evocar los nombres de Víctor Chamorro o de Juan José Poblador, que habríamos de situar en la siguiente generación, o los más recientes, con obra en actual formación, como puede ser Justo Vila, que en sus novelas y relatos aborda con acierto los problemas y angustias de los más excluidos del sistema agro-capitalista.

Durante muchos años había conseguido trabajo, por temporadas más o menos largas, en la recogida de tomate, en la vendimia y hasta en la aceituna, hasta que un día empezara a tener dificultades para emplearse todos, las tareas escaseaban y por la región entera se paseó primero y se asentó después el fantasma de la escasez, la penuria y la insuficiencia, escribe en su relato “El Desconocido”. Y más adelante:

De pronto, cuanto más grande era el dolor, vio a su mujer y a su nuera sentadas en el suelo de la puerta de una iglesia, con un niño entre los brazos cada una de ellas, los ojos caídos, las manos tendidas en señal de misericordia.

Justo Vila, en medio de sublimes y documentadas descripciones de los paisajes agrarios y urbanos, sitúa seres desvalidos, víctimas de un sistema que les oprime, y al que denuncia con la fuerza de su narrativa arraigada en el conocimiento exacto de la problemática social de los grupos más débiles y en la técnica idónea para transmitírnoslo con belleza. Es, por ello, uno más de los nuevos escritores comprometidos, con “oficio”, como tantos otros que fueron abriéndose camino en los últimos años de las dos dictaduras ibéricas, ofreciendo ya una obra considerable.

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