La inmensa mayoría de los alemanes que manejan los hilos del poder están convencidos de que la causa de la profunda crisis en que estamos metidos -especialmente los portugueses, españoles y griegos- es que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Y algunos, muy pocos, reconocen que en ese “vivir por encima” tienen mucho que ver las operaciones financieras de sus bancos, que facilitaron dinero sin control a las inversiones inmobiliarias en las costas mediterráneas, donde la construcción de horribles edificaciones ha sembrado de cemento espacios que siempre debieron ser altamente protegidos, y por extensión promovieron la burbuja inmobiliaria que nos ha estallado tan de lleno.
Desde aquellos años sesenta del siglo pasado, con el boom del desarrollismo económico -basado en el impulso desigual a regiones y sectores productivos, sin planes de futuro coherentes y responsables-, se viene gestando el problema. Años de dinero fácil para algunos y de masiva emigración para los trabajadores del Mediterráneo, con destino a Centroeuropa, siendo Alemania el principal beneficiario de la mano de obra barata. Años de inversión de capitales extranjeros -otra vez Alemania a la cabeza- en el sector industrial subsidiario (del suyo propio) y en la industria turística de sol, playa, apartamentos en torres-rascacielos y adosados, macro hoteles, macro discotecas, chiringuitos, recalificaciones fraudulentas, corrupciones y fraudes a raudales, que destruyeron hermosas playas y reservas naturales también del Mediterráneo. Años de un turismo masificado de cervezas, bailes a todas horas, sol y cremas bronceadoras, que les servían a precios de gangas los que no marcharon a producir en sus núcleos fabriles y sus minas.
Años después, tras la crisis económica del 73-79, hubo unos años de “descanso”, pero con el despunte de prosperidad en los años noventa (proporcionada por la recogida de divisas que supuso ese trinomio: remesas de emigrantes-inversión de capitales extranjeros-ingresos del turismo), estos países ahora demonizados por ellos entraron en la rueda del consumismo a plazos: los créditos de los bancos alemanes apoyaron a los de los bancos nacionales, endeudando a las familias en un espejismo de prosperidad que incluso atrajo a emigrantes del Este europeo, del norte de África, del África subsahariana y de Latinoamérica, a nuestras naciones arrasadas por el paro y por emigraciones anteriores. España llegó a seis millones de inmigrantes (más que jamás tuvo fuera: un 14 % de su población), Portugal a medio millón (5%), similar a Grecia.
Ese espejismo de riqueza, jaleado por la industria publicitaria del capitalismo financiero, explotó con la burbuja inmobiliaria gigantesca y falsaria. Y ahora, los que la propiciaron nos reprochan a las víctimas el no haber medido nuestras fuerzas reales, que muy bien se encargaron de enmascarar con sus poderosas maquinarias de manipulación. Y claro, aquellos que en su momento se aprovecharon del capital humano que supuso la mano de obra joven y bien dispuesta de nuestros emigrantes; aquellos que sacaron tajada como nadie en las inversiones inmobiliarias en nuestras respectivas dictaduras desarrollistas, protectoras de sus negocios con bonificaciones crediticias, fiscales y de amordazamiento de los trabajadores a su servicio; aquellos que tanto se jactaban de nuestro “sol y playa”, ahora dicen “que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”. Supongo que nos lo reprochan por el estado de bienestar (salud-educación-prestaciones sociales) que más o menos logramos conformar. Y supongo que por la dignificación de las condiciones laborales que se habían ido fraguando. Y por la mejora palpable en vivienda e infraestructuras urbanas, de comunicaciones, etc.
Ahora, cuando las cosas se han ido torciendo -en lo que tanto tiene que ver, como ha quedado dicho, su política crediticia-, nos dan vuelta de tuerca. Amarran a los estados, los quieren como fiadores de los créditos que se han de habilitar para que no naufrague la macroeconomía. Exigen que saneen sus cuentas y sean los fiadores de sus propios bancos. Y para ello, exprimiendo recursos por la parte más débil, quieren que se siga sacrificando a los de siempre: la “masa salarial”, flexibilizando lesivamente las condiciones laborales, impulsando los contratos-basura, conteniendo salarios y reduciéndolos, aumentando las horas de explotación laboral, cortando prestaciones y mejoras sociales, desarmando el estado del bienestar que costó tanta lucha, sacrificio y sangre.
Dicen los alemanes de los órganos de decisión que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y quieren cobrarse en los trabajadores portugueses, españoles, griegos… -sin importarles extender los sacrificios a los propios-, sus desatinos, su insaciable ambición que nos ha conducido al borde del abismo.