Memorias de un extranjero extravagante – 57– por Raúl Iturra

(Continuação)

 

Nuestra escuela para campesinos, marchaba de viento en popa, forma de expresión del Castellano Chileno, cuando nuestros negocios prosperan. Acontecía el problema que  los estudiantes jóvenes de la Universidad, no aceptaban a los campesinos como estudiantes de su misma clase social, por lo cual, no eran estudiantes reales, apenas una conmoción socialista que ellos no gustaban. La lucha ideológica comenzó como lucha de clases, con malos entendidos. Ellos se sentían los estudiantes de la Pontificia y  a no querer estudiantes del área rural en sus salas y cantinas. Los castigaban, les retiraban las sillas, los empujaban fuera de las mesas y hasta la comida era lanzada a los perros  que dormían cerca de sus sitios o corredor.

 

Era yo el Director del CEAC. Como era natural, los estudiantes campesinos fueron de inmediato a hablar conmigo: se sentían ofendidos con toda razón. El problema era haber sido tratado con desprecio. Los pitucos de la Universidad, término peyorativo que se aplica para quien es engreído o   persona demasiado convencida de su valer, decían que cada uno debía estar en su sitio: los campesinos en al campo a trabajar, ellos en la biblioteca para saber más. Era una lucha de clases de todo tamaño, trabada sin misericordia ni cuartel, es decir, sin tregua ni descanso. El problema era doble: la gente que venía de la vida rural, tenía un vocabulario diferente, muy sucinto, casi no hablaban, excepto si los debates eran sobre cómo tratar del trabajo, las cosechas, las máquinas. Los engreídos, leían y eran también mis estudiantes y sentían  miedo a la venganza que los docentes cometían, el de castigarlos evaluando sus trabajos como negativos, no tener buenas notas, acto cometido normalmente por los docentes que no estimulaban  el aprendizaje, lo castigaban por pensar que sabían mucho. La lucha bajó cuando eran examinados por mí y les enseñaba de una manera que ellos nunca habían visto: las  tutorías, entrando a mi gabinete solo uno, que debatía conmigo durante media horas, colocaba preguntas que eran con respuestas esclarecedoras para ellos, uno después de otro, debatiendo sus textos.  Tenían que leer un libro y escribir un texto, ensayo leído por mí antes del debate. Con eso, gané su simpatía y dejaron de atacar a los estudiantes regulares que venían del campo. El otro problema, era la ideología. No apoyaban a la Unidad Popular ni por un milímetro de simpatía, Sabían que este esfuerzo nuestro provenía de nuestra ideología socialista.

 

Ellos mismos estaban muy próximos de ser proletarios, ellos individualmente y sus familias. Les causaba malestar ver personas que trabajaban la tierra ser capaces de estudiar con ahínco, por causa de su empeño. Ellos y sus familias no tenían esa facilidad. Hay una frase en el castellano chileno que lo explica: estos hechos los ponían negros de envidia, eran trabajadores que querían mejorar su forma de vida, retirada de sus esfuerzos y no del de sus padres. Los hacía pensar porque sus familias no hacían hecho lo mismo. Me parece ser éste, uno de los contenidos de la lucha de clases, concepto de Marx, definido antes en este libro. Lucha que me hace recordar la Película de Coppola de 1999, con Matt Damon: El buen rebelde o Good Will Hunting, en que un rapaz que nada sabe, se enamora de una estudiante de genética, con una cuenta bancaria de millones de dólares heredada por causa de la muerte de sus padres. Este caso de amor entre personas de clases diferentes, obliga al más pobre a dinamizar su inteligencia para aprender y estar a su altura en el saber. Cito este ejemplo, por encontrarlo adecuado a las batallas libradas entre proletarios y rurales en nuestra Universidad que, finalmente, fue tranquilizándose. Era la lucha entre los acobardados estudiantes campesinos y los orgullosos estudiantes proletarios que querían distanciarse de ellos para no parecer pertenecer a una clase que despreciaban, sin saber que eran de la misma raza.

Los estudiantes campesinos no tenían palabras para defenderse: no leían ni salían en viajes largos que les permitiera conversar con personas diferentes a las dos eternos vecinos de le tierra que trabajaban y así aprender nuevos conceptos retirados de nuevas imágenes, para sus luchas ideológicas. Con Paulo Freire habíamos discutido mucho sobre cómo se formaban las imágenes que pasaban a ser palabras. En los años que Paulo apareciera en Chile, como exilado, yo trabajaba en el Instituto Internacional de Ciencias Sociales, ORMEU, organismo para dinamizar la regionalización social.

 

Era el vicepresidente del Instituto. Escribí sobre mis recuerdos de Paulo Freire, en un ensayo publicado en la Revista que habíamos formado en la Facultad de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universidad de Porto, Portugal Educação, Sociedade e  Culturas, nº 10, Octubre de 1998, Afrontamento, Porto, sobre La pedagogía del oprimido– As minhas lembranças de Paulo Freire [1]. Él opinaba como buen filósofo, que las palabras connotaban  imágenes de la realidad y que en cuanto más circulasen las personas, más palabras tenían, porque veían más y pedían explicaciones. Si las recibían de parte de un buen docente, uno que oye primero y habla después al nivel de las palabras de quién pregunta, el oprimido por falta de alternativas de entendimiento, comienza su corrida para la racionalidad. El problema era que fuera  Paulo o fuera yo,  la de tener muchas imágenes[2], en consecuencia oír y callar, era un problema. Las imágenes estaban ya en el saber de los que usaban las palabras, creándose el problema de entenderlas, visitar los sitios en que las imágenes eran formadas  debatir a la altura de la comprensión de quién oye y callar nuestra idiosincrasia o rasgos, temperamento, carácter, etc., distintivos y propios de un individuo o de una colectividad.

 

 

Resultó ser un método dinámico. Los estudiantes campesinos de la noche, eran los que tenían más problemas. Madrugaban para trabajar, hábitos del oficio, cuando aun el día estaba en la noche, acabando el día, conforme la estación del año, o de noche otra vez o en el crepúsculo del día. Era necesario emplear mucho entusiasmo para mantenerlos despiertos y hacerlos pensar. Había un tema específico  que espantaba el sueño: hablar del patrón, propietario o del capataz del fundo, en que prestaban su inquilinaje[3]. He definido este concepto en varios ensayos y textos, pero me parece ser necesario recordarlo una vez más, por ser de este sistema de trabajo, que nace la opresión. Era una pedagogía, entendiendo por tal un aprendizaje de subordinación[4]. La opresión era un hecho histórico. Desde que Chile fue descubierto en 1539 por el expedicionario español Diego de Almagro y colonizado en 1542 por Pedro de Valdivia, todos los nativos[5] de esta faja de tierra, pasaron a ser subordinados de los conquistadores.

 

Los conceptos eran diferentes. Había varios motivos; evangelizar, catequizar, retirarlos de la adoración de sus dioses, que para ellos eran falsos, por acreditar en un solo dios. Habían sido criados en pensar, como imagen, de que había solo una divinidad, la europea y hebraica.  Para los españoles, la única importante era el dios padre, el hijo y el espíritu santo, un trío que formaban una unidad  porque tenían pruebas de su existencia: la teología, un arma de defensa contra la agresividad  de la vida.  Dos hechos deben ser mencionados para definir la estructura de fe hispánica: las armas que tenían, que mataban con fuego la sangre a quienes solo sabían usar el arco y la flecha, siendo así subyugados;  el segundo, usar a los nativos como un libro que los orientaba en tierras de flora y fauna desconocida para ellos, con conceptos e imágenes  conocido solo del saber  de los nativos, como he comentado en otros libros míos sobre esta materia. En vez de ser evangelizados, eran sometidos a la jerarquía de esclavos, siervos, en una palabra, inquilinos, por ser usados por los conquistadores para aprender cómo se trabajaba esa tierra y cuál de todos los nuevos animales se debía usar, todo lo que ellos desconocían. Además, para los invasores, los dueños de la tierra, los nativos, como sabemos, no eran personas, no tenían los sacramentos que los convertían en seres humanos, ni divinidades como la de ellos, que hacía milagros[6]. Las divinidades nativas, eran personas que tomaban cuenta de ellos, o espíritus que vivían en la naturaleza, en los bosques o tomaban figuras de pájaros o de otros animales y también de flores.  


[1] Texto que puede ser leído en la internet en  http://www.fpce.up.pt/ciie/revistaesc/ESC10/10-arquivo.pdf:  

[2] Figura, representación, semejanza y apariencia de algo.

[3] Chile. Sistema de trabajo en el campo con inquilinos, Chile. Persona que vive en una finca rústica en la cual se le da habitación y un trozo de terreno para que lo explote por su cuenta, con la obligación de trabajar en el mismo campo en beneficio del propietario.

 

[4] Subordinación: Sujeción a la orden, mando o dominio de alguien.

[5] Nativo: Perteneciente o relativo al país o lugar en que alguien ha nacido. Suelo nativo. Aires nativos.

[6] Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino, o suceso o cosa rara, extraordinaria y maravillosa.

 

 

 

(Continua) 

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