EL COMBATE NAVAL DE IQUIQUE – 2 – por Raúl Iturra

Ignacio Serrano realizó sus primeros estudios en el Instituto Nacional. Sin embargo, en mayo de 1865, huyó de su casa para enrolarse en la armada de Chile cuando estalló la guerra Hispano-Sudamericana. En la Escuela Naval conoció a Arturo Prat Chacón, con quien cultivó una profunda amistad. En 1870, se desempeña como ayudante de la Escuela Naval, a bordo de la corbeta Esmeralda.
En 1879, mientras se desempeñaba como Gobernador Marítimo en Tomé, estalló la guerra del Pacífico. Primero se le asignó a la cañonera Covadonga, pero con motivo del bloqueo de Iquique, es trasladado por orden de Prat a la Esmeralda, siendo asignado como teniente segundo. Se le encarga la misión de dirigir los cañones de babor de la nave.
A las 8.00 horas, el vigía de cofa de la Covadonga avistó los buques peruanos Huáscar e Independencia, los cuales se trabaron combate con las naves chilenas.
Después de una hora de lucha, el monitor Huáscar, comandado por Miguel Grau Seminario, embistió con el espolón a la Esmeralda. Aprovechando la cercanía de los dos barcos, el comandante Prat y el sargento Juan de Dios Aldea se lanzaron al abordaje, siendo fulminados ambos en la cubierta del monitor peruano.
Poco después, hubo un segundo espolonazo. Siguiendo el ejemplo de Prat, Serrano y otros diez hombres abordaron el Huáscar, siendo todos abatidos por las descargas de la ametralladora Gatling del monitor. Serrano fue herido en su zona genital, siendo posteriormente retirado de la cubierta y llevado a la sala hospital del monitor. A las 12.10, Después de un tercer espolonazo, la Esmeralda es finalmente hundida. El teniente Serrano falleció a bordo del Huáscar un poco más tarde, tras intentar incendiar con una vela el camarote donde era atendido. El ciudadano español Eduardo Llanos procedió a sepultarlos en el cementerio de Iquique, el 22 de mayo de 1879.
El 21 de mayo de 1888, él y los héroes de Iquique fueron trasladados a Valparaíso a bordo del monitor Huáscar, siendo sepultado en la cripta del Monumento a los Héroes de Iquique, en Valparaíso, Monumento que exhibo en la imagen que da entrada a éste texto.
Fue una familia de  las fuerzas armadas chilenas. El marido de la sobrina de Ignacio Serrano, casó con un oficial del ejército, que pasó a ser Comodoro del Aire al ayudar a fundar la Fuerza Aérea de Chile, acabando como General de esa rama del Ejército chileno.
Nuestras memorias de familia, los diarios de vida y los libros de Historia de Chile, relatan que el acorazado Huáscar era hecho de fierro, imposible de resistir. Ignacio Serranos abandonó la Covadonga con sus compañeros de armas, se juntó a Arturo Prat, y, a la segunda embestida del Huáscar contra la Esmeralda, Arturo Prat vio la causa perdida y pensó lo que dijo: la batalla está perdida, vamos a morir, pero por lo menos, muramos como héroes y gritó: vamos a atacar al Huáscar, el que sea valiente que me siga. La batalla había durado horas, los dos oficiales sabían defender su Patria y compañeros de arma. Como digo antes, fueron acribillados de balazos, murieron todos. Quedaron viudas y huérfanos del Capitán y del oficial.
Conmovido, el Almirante Grau los recogió, los envolvió en Banderas chilenas, los mandó velar como oficiales y soldados, con compañía de honra y los devolvió al Gobierno Chileno. O así dicen nuestros diarios y memoria, porque la sobrina Amanda Ester, si estuviera viva, tendrías la imposible edad de  111 años!
El Almirante Grau, admirado por la valentía de los chilenos, envió una carta personal a la viuda de Arturo Prat, guardada primero en familia, y entregada después al espolio de la Biblioteca Nacional, en donde se guarda en un sitio especial, a la sombra y con vidrios que no dejan entrar la luz del día, que destruye documentos.
Fuente: Vicuña, Bernardo (1879). Biografía completa de Arturo Prat. Valparaíso: Imprenta del Mercurio. 2 v.
Carta del Almirante Miguel Grau para D. Carmela Carvajal de Prat:
Desde Pisagua, con fecha 2 de junio de 1879, Grau envió la siguiente carta a la viuda de Prat:
“Dignísima señora: Un sagrado deber me autoriza a dirigirme a usted y siente profundamente esta carta, por las luchas que va a remontar, contribuya a aumentar el dolor que hoy justamente debe dominarla. En el combate naval del 21 próximo pasado que tuvo lugar en las aguas de Iquique entre naves peruanas y chilenas, su digno y valeroso esposo, el capitán de fragata don Arturo Prat, comandante de la Esmeralda, fue, como usted no lo ignorará ya, víctima de un temerario arrojo en defensa y gloria de la bandera de su patria. Deplorando sinceramente tan infausto acontecimiento y acompañándola en su duelo, cumplo el penoso y triste deber de enviarle las para usted inestimables prendas que se encontraron en su poder y que son las que figuran en la lista adjunta. Ellas le servirán, indudablemente, de algún pequeño consuelo en medio de su desgracia y por ello me he anticipado a remitírselas. Reiterándole mis sentimientos de condolencia, logro, señora, la oportunidad para ofrecerle mis servicios, consideraciones y respeto con que me suscribo de usted, señora, afectísimo y seguro servidor. Miguel Grau”.

Entre los objetos enviados a la viuda se Prat, se encontraban: una espada, un anillo de oro de matrimonio, un par de gemelos, botones, fotografías, un escapulario y una carta sin abrir.

En la respuesta a la carta, la viuda de Prat le dice a Grau:

“Recibí su fina y estimada carta… en ella, con la hidalguía del caballero antiguo, se digna usted a acompañarme en mi dolor, deplorando sinceramente la muerte de mi esposo; y tiene la generosidad de enviarme las queridas prendas que se encontraron sobre la persona de mi Arturo; prendas para mí de un valor inestimable… consagradas por su martirio, como la espada que lleva su adorado nombre. Al proferir la palabra martirio no crea usted señor, que sea mi intento de inculpar al jefe del Huáscar la muerte de mi esposo. Por el contrario, tengo la conciencia de que (usted)… tiene el raro valor de desprenderse de un valioso trofeo poniendo en mis manos una espada que ha cobrado un precio extraordinario por el hecho mismo de no haber sido jamás rendida; un jefe semente (como usted, Grau), un corazón tan noble, se habría, estoy cierta, interpuesto, a haberlo podido, entre el matador y su víctima, y habría ahorrado un sacrificio tan estéril para su patria como desastroso para mi corazón… Carmela Carvajal de Prat”.

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