LA CASA DE LOS ESPÍRITUS – por Raúl Iturra

 

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Para hablar de Isabel Allende, me parece imposible usar otra lengua que no sea el castellano chileno, que ella trata con singular maestría, enredando al lector entre la fantasía y la historia. Tuve la suerte de encontrar la décima segunda edición de 1984 cuando impartía un curso de doctorado para el Laboratoire de Sciences Sociales, du Collège de France, en Paris. La literatura chilena se caracteriza por su fantasía, por su deambular por espacios desconocidos, enmarcados por  realidades históricas que, nunca se sabe, si son pate de la fantasía de la vida o de hechos probados. Como el famoso libro de Gabriel García Márquez: Crónica de una muerte anunciada, 1ª edición de 1981, Bruguera, Madrid. Fue también mi gran suerte  encontrar la 11ª, en un viaje a Compostela en 1984, para dar un curso de doctorado en la Facultad de Geografía e Historia. Lo leí en una hora.  Es un discurso directo sin mezclar la realidad con la ficción.

La Casa de los Espíritus es diferente, cada autor tiene su estilo. Isabel Allende crea personajes que nos obliga a volver a páginas anteriores para entender el enredo de la ficción. En primer lugar, era su primer libro, para García Márquez, tal vez el décimo o más. Los dos escritores habían pasado de  trabajos periodísticos en que describían la realidad observada como noticia, para el periódico vender. Al escribir este libro, Isabel Allende pasa de la fantasía a la realidad, con ideas de los diarios de vida que su madre mantenía para recordar los hechos, diarios que pasan a ser suyos y la ayudan a fantasear. Como la creación del personaje Clara, central en el libro, que todo lo sabía o lo podía adivinar.

 

Clara era una clarividente y todos la consultaban a ella para saber qué hacer de sus vidas y ella lo sabía. Nunca entró en la política de su país, Chile, sin embargo narra la vida de uno de sus hijos, Jaime, médico del Presidente de la República y socialista, o de la hija Blanca que tiene amores con Pedro Tercero, personaje retirado de la vida de Víctor Jara, que canta para el pueblo canciones revolucionarias, tenía una inclinación a la ideología comunista, y es amigo de Blanca, que nunca entiende nada de lo que él dice, ni valía la pena. Él hablaba por ella y todo lo que querían eran su amistad y, más  tarde, sus cuerpos, relación de la cual resulta una hija, Alba, que pasa  por ser hija de un conde francés, convidado de Esteban Trueba, el marido de Clara, Senador del Partido conservador, quién obliga a casar a su hija con este falso conde, porque no quería bastardos en la familia. Clara clarividente le dice, defendiendo a su hija, que para bastardos eran suficientes con los que él hacía con las campesinas del fundo Tres Marías, que había comprado con el resultado de su descubierta de una mina de oro en e Norte de Chile, en donde las realidades fatales siempre acontecen. Esteban Trueba es el típico macho chileno, encabritado, que adoraba a su mujer, pero que, por pudor machista, trata con cortesía y respeto, quedando siempre sexualmente insatisfecho. Las casas de prostitución eran su mejor refugio.

 

Isabel Allende opina a través de sus personajes en este libro que, en el fondo y en la forma, es una crítica a los que matan al Presidente de la República,  que en la vida real era su tío. Isabel Allende Llona muestra en todos sus libros como es una mujer política rebelde contra los hombres que maltratan a las mujeres, idea encarnada en la hermana del marido, Férula, a quien hecha de la casa y la convierte en una mujer solitaria y pobre. Sus confesiones, narradas al detalle, muestran las formas de hacer el amor entre los hombres chilenos y sus mujeres y cómo buscan a las prostitutas, como el personaje Tránsito, para fornicar como describe Kinsey en sus libros, textos fuentes, por lo que adivino, de las ideas eróticas que son detalladamente descritas en el libro.

Hay un hecho especial en el texto que comento cómo es que el Senador Tradicional, se convierte en el protector de su hija y los casa, los defiende y les da dinero, mucho dinero, para que huyan de un país acosado por personas como él lo había sido antes. Es la reivindicación de la escritora a los partidos golpistas arrepentidos de sus acciones de felonía.

 

El libro es cautivante. Me lo ofreció la familia Chonchol, ella mi estudiante de doctorado, María Edite, él, Ministro de Agricultura de Presidente Allende y Director del Instituto de Estudios de América Latina, de la Sorbonne de Paris.

Después de este libro, la antigua periodista comienza a investigar para escribir la vida de Inés de Suarez, compañera del conquistador de Chile Pedro de Valdivia, o de Hija de la fortuna, una inglesa radicada sola en Valparaíso. Su veta feminista se puede apreciar en todos sus libros.

No hablo de ella por ser sobrina, como una tercera hija, de Salvador Allende, abandonada por su padre. Hablo de ella como la escritora radiante que es y como protege a los exiliados como ella, entre los que me cuento. La Casa de los Espíritus la lanzó a la fama que ahora se siente obligada a mantener, con maestría y señorío. O es una Gabriela Mistral ni una Madalena Petit, es ella que conserva durante estos más de cuarenta años que llevamos todos fuera de nuestra tierra, buscando siempre alternativas para defender nuestras vidas, guardar los recuerdos y criar como chilenos a nuestros descendientes, de otras nacionalidades, maneras  costumbres. Hemos encontrado en las letras ese refugio para ser como siempre fuimos, personas de doble nacionalidad, con sentimientos del pasado, cuidadosamente cultivados y bien guardados en nuestros sentimientos.

 

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