ENGAÑO Y COMPASIÓN DE UNA CRIANZA – 9– por Raúl Iturra

Era la época aún existía en Chile la pena de muerte, y el Tucho Caldera fue condenado a ella. Corría el año 1951 cuando por fin lo llevaron al paredón de fusilamiento. De manera desafiante, y con el carácter que le había acompañado toda la vida, gritó la siguiente bravata: “¡Aquí verán morir a un valiente!”. Sin embargo, al poco, los esfínteres del valiente se relajaron, y el último acto en vida del Tucho Caldera, el psicópata mata animales y descuartiza personas, fue cagarse en sus pantalones.[1]

 

Los tiempos eran otros, había mucha pobreza y miseria en Chile. Era el tiempo de los gobiernos radicales, referidos al comienzo del texto, los que habían introducido la palabra socialismo en Chile, los que abrieran el camino para fundar el Partido Socialista y el comunista. Al primero, concurrió como fundador Salvador Allende, Presidente de Chile, quién moriría más tarde acorralado por la burguesía chilena, que azuzó un levantamiento de las Fuerzas Armadas del país, en la peor dictadura que existió en Chile, a seguir a la de Hitler quién quería gobernar el mundo. Allende luchó con las  pocas fuerzas que tenía para, luego seguir en silencio al Gabinete presidencial a las 14 horas del 11 de Septiembre de 1973, como todos sabemos, y se suicidó a seguir, para evitar una guerra civil en Chile.

 

Nada tenía a ver la vida de Caldera, con la de Su Excelencia, pero lo he escrito en esta parte para comparar vidas: la de los sacrificados y l de los cobardes. El Tucho era un cobarde y un sin ley. Tenía miedo de colocar estos comentários, sádicos, sin perdón de ninguna divinidad que pudiera existir. Me dirán, ¿y él?.

Lean esto:

 

Pillo, sádico, avaro, matón y busca pleitos. Así era Alberto Hipómenes Caldera García (53), conocido en la historia policial chilena como “El Tucho Caldera”. El tristemente célebre carnicero de San Felipe que selló su carrera criminal con el salvaje homicidio y descuartizamiento de “su amigo”, el empresario árabe Demetrio Amar Abedrapo (67), para apoderarse de su fortuna de 17 millones de pesos.

 

Corría mayo del año ’47. Y mientras muchos estaban pendientes de los 90 millones de dólares depositados en un banco de California, cuya herencia se disputaban familiares de Alejo Barraza Méndez (El Chileno Rico), en San Felipe la desaparición del empresario árabe era comentario obligado entre sus habitantes.

 

El emporio de telas que Amar poseía en la calle Prat N° 226, a metros de la Plaza de Armas, no abría sus puertas al público desde la mañana del 10 de mayo de ese año.

 

Ese día el empresario palestino supo que se había casado con María Rosa Caldera (24), hija adoptiva de “El Tucho”. Pero también se enteró de que este último se había apropiado de su patrimonio. ¿Cómo?[2]

No quería referir esta parte, es cruel, es socialmente desaliciante, hace un ruido que ensordece nuestra alma y sentimientos. Confieso haber sentido tristeza por la existencia de seres humanos abandonados y si educación, Adultos que desafían al mundo, y mueren de miedo al ser fusilados.

 

Tuve un engaño. Sentía pena por el fusilamiento de un ser humano hecho por la sociedad, bien como por los asesinados por este hombre solitario, seres también de nuestra sociedad. Era un cobarde: desafiaba y moría de miedo por ls consecuencias. En la cárcel, trató de enmendar el mal: era demasiado tarde. Ni uno divinidad ni el mejor analista, lo iban a transformar después de 53 años de engañar a sus compatriotas. Y a si mismo.

 

Salía del colegio a mis once años, era la primera vez que asistía. Hasta esa edad, la ley permite estudiar en casa. Vi pasar un carro militar con el féretro de un muerto. En mi compasión, pensé, pensamiento desatinado, que era el funeral del Tucho Caldera. Llegué corriendo a casa y conté la historia. Hubo risas de parte de los adultos; era el funeral de un General de las Fuerzas Armadas. Lloré. Habría sido un consuelo un funeral elegante. Mis padres me retiraron del engaño. Lo que merecía Caldera, y así aconteció, con el cuerpo aún caliente fue lanzado al cementerio de la cárcel, en una caja de madera, llena de clavos. Nada merecía, a pesar de ser miembro de Amnistía Internacional, no lo defendí más y hasta el día de hoy, lo había olvidado. Era compasión irracional.

He escrito, y Uds. leerán, una  historia dura y triste. No solo la de los asesinos. La Matanza de Santa María de Iquique con que comienzo el texto, las imágenes que han visto, la falta de conmiseración de los gobernantes y de los soldados, abre una yaga en mi cuerpo  y en una herida en mi alma. Recuerdo a Chile y  su historia y, como un niño, lloro otra vez, en estos sitios de soledad y de silencio. En donde los amigos me han enterrado, sin ningún monumento que les recuerde que soy.

 

No todos los chilenos somos así. O, como se diría en castellano chileno, ni todos somos así. Ese ni es la lengua de la tierra, el Mapudungun, que corre por algunas de nuestras venas. Algunas de nuestras venas. Mis conciudadanos no reconocen nuestro mestizaje: somos todos de ojos azules, cabellos rubios e tez blanca. Como si nunca se hubieran visto al espejo. Solo los extranjeros, los que venimos de fuera, podemos tener esas cualidades. Todos los chilenos son como la imagen mostrada de Recabarren, Bilbao, Balmaceda. Somos un pueblo de mestizos, lo quieran ser o no, los chilenos.

 

Lo que nunca olvidé y tengo la música, es la matanza de Santa María de Iquique.

 

 

Nota: para oír la música y ver el vídeo, prima con la parte izquierda del rato, la frase Cantata, y música y vídeo aparecerán, cantada por los Quilapayún, el área Vamos Mujer, con coro-

Lo dedico a mis nietos, para la historia del país de los fundadores de esta familia, Gloria y Raúl

Raúl Iturra

 

 


[2] Retirado de http://www.lacuarta.cl/mundial2006/index.html   El Tucho Caldera asesinó y cortó en 19 partes a empresario árabe [14-06-2006].mht    El Tucho Caldera asesinó y cortó en 19 partes a empresario árabe [14-06-2006].mht

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