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  1. Gracias. Excelente propuesta, que nos invita a visitar también la Égloga III de Garcilaso, con quien se hermanan la belleza y la emoción sincera de la poesia de Camoes:
    […]
    Cerca del Tajo en soledad amena
    de verdes sauces hay una espesura,
    toda de yedra revestida y llena,
    que por el tronco va hasta la altura,
    y así la teje arriba y encadena,
    que el sol no halla paso a la verdura;
    el agua baña el prado con sonido
    alegrando la vista y el oído.

    Con tanta mansedumbre el cristalino
    Tajo en aquella parte caminaba,
    que pudieran los ojos el camino
    determinar apenas que llevaba.
    Peinando sus cabellos de oro fino,
    una ninfa del agua do moraba
    la cabeza sacó, y el prado ameno
    vido de flores y de sombra lleno.

    Movióla el sitio umbroso, el manso viento,
    el suave olor de aquel florido suelo.
    Las aves en el fresco apartamiento
    vio descansar del trabajoso vuelo.
    Secaba entonces el terreno aliento
    el sol subido en la mitad del cielo.
    En el silencio sólo se escuchaba
    un susurro de abejas que sonaba.

    Habiendo contemplado una gran pieza
    atentamente aquel lugar sombrío,
    somorgujó de nuevo su cabeza,
    y al fondo se dejó calar del río.
    A sus hermanas a contar empieza
    del verde sitio el agradable frío,
    y que vayan las ruega y amonesta
    allí con su labor a estar la siesta.

    No perdió en esto mucho tiempo el ruego,
    que las tres de ellas su labor tomaron
    y en mirando de fuera, vieron luego
    el prado, hacia el cual enderezaron.
    El agua clara con lascivo juego
    nadando dividieron y cortaron,
    hasta que el blanco pie tocó mojado,
    saliendo de la arena el verde prado.

    Poniendo ya en lo enjuto las pisadas,
    escurrieron del agua sus cabellos,
    los cuales esparciendo, cobijadas
    las hermosas espaldas fueron de ellos.
    Luego sacando telas delicadas,
    que en delgadeza competían con ellos,
    en lo más escondido se metieron,
    y a su labor atentas se pusieron.

    Las telas eran hechas y tejidas
    del oro que el felice Tajo envía,
    apurado después de bien cernidas
    las menudas arenas do se cría:
    y de las verdes hojas reducidas
    en estambre sutil, cual convenía
    para seguir el delicado estilo
    del oro ya tirado en rico hilo.
    […]

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