MEMORIAS DE UN EXTRANJERO EXTRAVAGANTE – 2 – por Raúl Iturra

(Continuação)

 

A la entrada de El Pino, había un enrome ciprés bicentenario, con raíces como las de mi abuelo paterno, gruesas y fuertes. Su vicio, además de las mujeres que le gustaba seducir, era jugar a las cartas con sus amigos o con inquilinos de su estimación . No apostaba dinero. Bien sabía que era el más rico de todos y no quería abusar de los otros con sus habilidades de buen jugador. Para las apuestas para jugar bacará, la semilla del poroto se usaba como moneda, lo que en Castellano Europeo se llama judías y en Chile refiere a un niño o niña pequeño, como también al guiso que se hace con estas semillas. La palabra deriva de la lengua quechua, purutu, siendo usada en la lengua coloquial como anotarse o apuntarse un tanto en el juego, o un acierto en cualquier actividad.

 

En su saber, el abuelo jugaba como un quechua o un chileno: amerindia era un continente de mucha circulación de personas entre largos trechos de tierra y poca población que la recorrían en barco o a pié o en mulas, por lo que no era extraño que las palabras dieran vuelta por esas tierras y las conversaciones estuvieran llenas de palabras coloquiales de las antiguas colonias hispánicas y portuguesas, o hubiera mezclas entre las personas autóctonas y las recién llegadas al llamado nuevo continente. Como mi amigo Sergio, quién me esperaba con esa amabilidad de quién piensa que va a alegrar al amigo con lo que el amigo gustaba y él también: el caballo blanco, que en mi fantasía infantil, lo veía como un Pegaso .

 

Él había olvidado o no estaba habituado, que cuando se llega a casa hay que saludar a la familia primero, especialmente si es quién espera con ansiedad, es la Abuela Reina, como la bauticé en el libro que acabé de escribir la semana pasada y lo envié a la editora; O mundo de las crianzas, 83 páginas. Relato allí como me esperaba a la entrada de la casa, me abrazaba, besaba y lloraba de felicidad. Me parece que era más bien porque veía en mi al hijo perdido por los corredores da vida la vida académica, y después en los barcos, dando la vuelta al mundo en trabajo de ingeniero, por mucho más que ochenta días, como narra Jules Verme en su famoso libro La vuelta al mundo en ochenta días, de 1872, uno de mis libros de cabecera.

 

Hice lo imposible para narrarlo a Sergio y a las hijas del mediero del fundo, Octavio Cutrileo, a su mujer Juana, siempre embarazada y a dar pecho al niño más joven de todos, un poroto de tres años, que vivía prendido del pecho da la mamá, un niño de ojos azules, cabello rizado y tez blanca. Me parecía extraño ver un hijo de Picunches, que son de piel de color de cobre y pelo negro y tieso, con esa diferencia de tez y cuerpo: ¡alguien de nuestra familia debe tener andado por ahí!, sospechaba yo. Sus hijas Paula y Clotilde que hacían los deberes de la casa, ninguno me quería creer. Ni porque yo era Don Raulito, como todos me llamaban. No tenían experiencia, no creían que se pudiera volar con el soplo causado en un balón de oxígeno que ardía, movido por la diferencia de temperatura entre el fuego que ardía en la base, y la temperatura externa, más fría en cuanto más alta era la superficie en que se elevaba. Teniendo como motor un balón de oxígeno, que formaban la base para el balón volar.

 

El año al que me refiero, el viaje lo hice solo, sin familia. Era un niño encomendado a un amigo del Ingeniero. Mi padre tenía muchos conocidos y amigos que lo respetaban, subordinándose a é por la diferencia de clase, asunto que al ingeniero no le importaba, si las personas eran amigas y fieles. Estaba también habituado a andar entre los jornaleros picunche de El Pino y a los ociosos colegas del Liceo de Concepción, el mejor sitio para formarse. Uno de ellos era el cocinero del tren que se demoraba dos días en llegar a su destino. Eran los años cincuenta del siglo XX y no había carreteras excepto una pista de gravilla y betón armado, hecha para transportar camiones con mercancías. Caminos siempre deshechos por causa del peso que corría sobre ellos, vías que precisaban ser reparadas con betón nuevo y una máquina para endurecerlos. No había otro motivo que las conveniencias de los propietarios de los ferrocarriles, una empresa inglesa contratada para construir lo que en otros sitios se llaman caminos de fierro. El Estado era en parte dueño de los trenes y sus caminos de fierro, por permitir el uso del territorio chileno a empresas extranjeras que lucraban con el transporte de pasajeros y mercancías de la República de Chile.

 

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1] Inquilino en castellano chileno, es un eufemismo para denominar a los trabajadores, siendo todos los de nuestras tierras, del clan Picunche de la Nación Mapuche que habita en nuestros suelos patrios y soberanos de las Repúblicas de Chile y Argentina. Eufemismo para no llamarlos esclavos, que es lo que eran, siendo obreros sin otro pago que el de recibir tierras trabajadas por la familia para su sustento mientras que los hombres adultos da la casa, trabajaban las del patrón, mi abuelo, su mujer y el único hijo varón, mi padre. También son llamados jornaleros, especialmente los que venían de fuera para las cosechas, duermen en barracas y solo se limpian cuando nadan en el río que cruzaban esas cuarentas hectáreas de tierra negra, rica en minerales y que deslindaba con El Parrón, las tierras se su hermano Luís que nunca se casó pero reconoció como hijo, al que tuvo con la mujer de sus amores, una señora que lo abandonó por beber mucho. Ángel lo cuidaba, lo mantenía limpio y lo alimentaba. Era el lugar en que molía el trigo entre piedras de granito, movidas por el río en cuestión,

 

[1] En la mitología griega Pegaso (en griego Πήγασος) era un caballo alado. Pegaso nació de la sangre derramada por Medusa cuando Perseo le cortó la cabeza. Suele representarse en blanco o negro y tiene dos alas que le permiten volar. Una característica de su vuelo es que cuando lo realiza, mueve las patas como si en realidad estuviera corriendo por el aire. Según las fuentes clásicas, Perseo no llegó a volar montado a Pegaso, puesto que lo hacía gracias a unas sandalias aladas, sin embargo, muchos artistas renacentistas lo representaron volando en este caballo.

 

[1] Mediero es quién trabaja parte de la tierra de una extensión rural extensa, en que el propietario no tiene suficiente fuerza de trabajo para explotarla toda. Da parte del fruto al propietario, la otra mitad es de él

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