VIAJE AL ESTE DEL ALGARVE – por Moisés Cayetano Rosado

 

 

Acostumbrados como estamos a recorrer esa extensión de playas envidiables que conforman el espacio que desde Faro va hasta la punta de Sagres, muchas veces olvidamos el este del Algarve. Tal vez porque el Parque Natural da Ria Formosa nos impide desde la tierra firme acceder a las playas, que están tras esa densa barrera de dunas, llegando hasta más allá de Cacela, en el concelho fronterizo de Vila Real de Santo António.

 

Sin embargo, ¡qué belleza serena la del mar sosegado por el dique de arena y flora generosa! Ria Formosa es un remanso de paz que invita al paseo tranquilo por sus bordes, al tiempo que a una navegación de bajura que nos asienta en playas discretas como las de Fuseta o Ilha de Tavira, y más al este a la inmensa longitud de las playas de Cabanas, Cacela, Manta Rota, Verde y Monte Gordo (accesibles estas tres últimas  desde la tierra firme), ya en Vila Real de Santo António la postrera.

 

Tras la desembocadura del Guadiana, vienen las muy turísticas españolas de Canela e Isla Cristina, comparables en aceptación a las del oeste algarvío.

 

Pero junto a la serena atracción de esa faja marítima, el este del Algarve es todo un tesoro a descubrir. Así, Tavira es una población de amplio patrimonio artístico monumental, desde el Medievo hasta la actualidad, cuya oferta hotelera variada está marcada en gran parte por el buen gusto y la discreción. Esto pasa con la almadraba transformada en hotel, al lado del sobrecogedor Forte do Rato, en medio de las dunas interiores, donde el lujo de las puestas de sol ya merece la visita. Solo queda que se restaure y ponga en uso esta fortificación abaluartada, como ocurre con la Fortaleza de São João da Barra, en Cabanas de Tavira, utilizada como hotelito apacible al lado mismo de la ría.

 

Y es Cabanas de Tavira un pueblo de pescadores, como un poco más al este Cacela, en cuya parte Velha -al borde del mar- tenemos otra fortaleza de la Edad Moderna -puesto de vigilancia marítima de la GNR- en lo alto de un morro, que puede bordearse por el sur tocando el sosegado mar de la ría.

 

A partir de ahí, las playas son accesibles desde la tierra firme, como expresé más arriba, y sus arenas finas, extensas sobre un mar que coge profundidad muy lentamente, invitan al paseo, al ejercicio saludable, acercándonos hasta Vila Real de Santo António, en la frontera y desembocadura del Guadiana.

 

Desde ahí, subiendo el río, llegamos a Castro Marim, la joya monumental fortificada del sur de la Raya Ibérica.  ¡Impresionante su castillo medieval, tan bien tratado, tan didáctico, con esas vistas inigualables desde sus murallas a la Reserva Natural do Sapal, inabarcable extensión de salinas, riqueza histórica y actual de la población! ¡Magnífica su fortificación abaluartada que abraza al castillo y se extiende por los cerros de los alrededores: grandioso revellín en herradura y Forte de São Sebastião, flanqueado por enormes baluartes!

 

Y así como desde las poblaciones ribereñas vemos al norte la barrera montañosa de las serras do Caldeirão y do Malhão, aquí se nos ofrecen al oeste, delimitando (junto a las más occidentales de Monchique y Espinhaço do Cão) el norte del Algarve: sierras de enorme riqueza forestal y faunística, que al llegar al llano se “domestican” en plantaciones de naranjos y limoneros.

 

Y ya, Guadiana arriba, a punto de cerrar esta región sur portugues a, luciendo en sus monumentos la historia de guerras fronterizas: Alcoutim. Otra vez un castillo medieval restaurado con gusto y rigor, reforzado en la Edad Moderna con elementos artilleros, al borde mismo del río. Cruzándolo en barca, ahí mismo está la andaluza Sanlúcar de Guadiana, que en lo alto presenta otro elemento fortificado para enfrentarse a sus vecinos: el castillo renacentista de San Marcos, abaluartado entre los siglos XVII al XIX, época de enfrentamientos intermitentes entre dos poblaciones, entre dos estados necesitados de entendimiento, tan deseado siempre por los pueblos vecinos, que pasadas las contiendas renovaban su convivencia económica, social, familiar.

 

Viaje agradable siempre. Para recordar la historia, admirar su patrimonio artístico monumental; disfrutar del mar tranquilo, del río apacible, de los montes abruptos; de la cocina con sabor a pescado de mar y río; de la hospitalidad de sus habitantes y el relax de su caserío blanco de estilizadas chimeneas que elevan al cielo el humo de sus  tentadores asados, cocidos y ensopados.

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